"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".
Mientras Sabina entonaba su penúltimo blues callejero él iba contando los agujeros que se dibujaban en su carne. Era una buena idea aquello del asalto a farmacia, al menos no tendría que disimular durante unos días que era la persona que nunca llegó a ser.
Más allá, en el espacio y en el tiempo, el joven ayudante del boticario intentaba recomponer el destrozo que había supuesto el asalto de la noche pasada. La puerta desquebrajada, la alarma encendida, los vecinos escandalizados y la policía tomando parte de un robo poco premeditado. Faltaban medicinas, jeringuillas y algo de dinero. Ni una huella, ni una señal, alguna sospecha.
El joven ayudante del boticario giró la esquina que llevaba hasta su casa y descubrió al hombre que le esperaba todos los jueves. Le acompañó hasta su cuarto de estar y le abrió dos cajones llenos de drogas farmacéuticas.
- Es todo lo que pude conseguir. - Dijo casi con un susurro.
Se arremangó la camisa y dejó al descubierto los agujeros salpicados sobre la carne de su brazo.
- Déjame al menos una dosis.
El hombre rellenaba una jeringa y la calle respondió con sonidos de sirenas.
- Lo siento. - Fue lo último que escuchó.
Cuando la policía consiguió entrar, lo encontraron con los ojos en blanco, los cajones llenos y una jeringuilla insertada en su antebrazo.
"Tú que sembraste en todas las islas de la moda las flores de tu gracia, cómo no ibas a verte envuelta en una muerte con asalto a farmacia".
Eran los años ochenta y Sabina seguía en lo más alto de las listas entonando su penúltimo blues callejero.
Y con estribillo del Maestro Sabina.
Formidable Pablo!
Saludos Insurgentes
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