Cuando abrí los ojos, apareció ante mí una fila de números, todos de color verde. En mi caso, el barniz rojo conjuntaba con mis mejillas sonrosadas.
- ¡Bienvenida! – dijo el número 8 - ¿Cómo te encuentras?
- Algo mareada… ¿Qué hago aquí? ¿Qué ocurrió con vuestra compañera?
- Esto… bueno… supongo que conoces el lema: “el tiempo y el desgaste hacen que las piernas se malgasten”.
Asentí, intentando comprender el significado.
De pronto, el silencio quedó interrumpido por el sonido metálico de una moneda: comenzaba la partida.
Me mantuve firme en mi posición, aguardando el momento para defender la portería. A pesar de la amplitud del estadio, las filas de jugadores bloqueaban mi campo de visión.
Finalmente, cuando el balón estaba en posesión del delantero verde, me preparé. Pero me miró, y esa fue mi perdición y la de todo el equipo.
Jamás había visto una musculatura tan definida y unos labios tan rosados. Tenía que ser una nueva edición de mercado. Una edición mejorada, por supuesto. Todos nuestros ojos eran idénticos, pero los suyos tenían un brillo especial.
La partida terminó y escuché vítores por parte del equipo verde. Sin embargó, no sentí pena alguna. En el fondo, sabía que aquel día yo había ganado.
Los siguientes partidos eran como un sueño y cuando las luces del local se apagaban, acostumbrábamos a hablar largo y tendido. La impotencia de no poder tocarnos era una condena, pero estábamos uno frente al otro y eso era más que suficiente.
Lo que sucedió más adelante, tornó el sueño en pesadilla. El delantero de verde pagó la consecuencia de su gol y yo presencié como su pierna volaba por los aires.
Esa noche, nos despedimos como siempre. Pero cuando abrí los ojos nuevamente, sus ojos eran idénticos a los del resto.