«Cian»

Nada de desvanes ni de comienzos previsibles. Nada de lienzos en blanco que me recuerdan que tengo una vida por delante. Alargo mi mano y consigo tocar mi rostro, mientras mi mejilla temblorosa me recuerda que mis miedos están pintados en acrílico, y se extienden con facilidad. Recuerdo todas las veces que me torturé por mis lágrimas al óleo, que tardaban en secar y convertían en desgarradora mi obra. Con la acuarela conseguí adherirme a la vida como lo hizo Frida a su pincel, cuando su cuerpo no respondía.

Me separé del lienzo cuando los colores pastel llegaron a mi vida, para plasmar mis sueños sobre cartulinas. Pero pintar cerca de lo vertical era tan auténtico como escribir en lápiz las historias que imaginaba de niño. Por eso me propuse hacer cosas complejas con los colores básicos y detener el tiempo cuando el mundo fuera demasiado rápido. Conseguí convertir en primario lo secundario, mientras pintaba a carboncillo el rostro serio del que difícilmente recuerda sus primeros trazos, el temblor de una mano que ya no sueña, o las rodillas que chocan nerviosas con el caballete. 

Por eso hoy, cuando me preguntan de qué material estoy hecho, simplemente guardo silencio y les invito a entrar al museo, el único lugar donde está aquello que mejor me define: un simple boceto, que se borra cuando apagan la luz. Así de sencillo, así de cierto.