«Con el primer copo»

Jamás olvidaré ese invierno, ¿cómo hacerlo? Después del paso del otoño, dejando los árboles desnudos y los caminos cubiertos por sus hojas, cayó en el primer copo, pero eso no fue lo único que la helada estación trajo consigo. De una mirada vacía, carente de cualquier emoción; más fría que las aguas que bajaban de las montañas; esas criaturas llegaron sin avisar y se fueron de la misma forma. Era una noche como cualquier otra, o eso pensé, en la aldea ya nada se escuchaba más allá de algún animal, las tardes de invierno invitaban al silencio. Pero éste, roto por el primer grito, nos puso a todos alertas. Un grito desgarrador, lleno de temor, que me dejó el corazón paralizado. Esa fue la primera víctima. Mis padres me ordenaron que me quedase en nuestra pequeña casa pero, como dice el refrán, la curiosidad mató al gato. Los bramidos empezaron a repetirse; el ruido de cosas romperse; de golpes y ataques. Al principio pensé que serían enemigos, y no me equivocaba, pero éstos no eran de la aldea vecina, no, eran algo que aún digo sin poder asumir. Del color de las violetas, unos seres estaban lanzándose contra todos, todos que conocía. Extrañamente alargados; moviéndose con cuatro extremidades y usando su cola para matar, romper, destrozar, todo aquello que entraba en su campo de visión. Una boca que dejaba ver unos dientes más letales que cualquier daga y que emitía un chillido como jamás había escuchado. Escondiéndome debajo de la cama, pensé que era todo una pesadilla, pero mis deseos fueron como la bruma y cuando reuní fuerzas para salir, con las primeras luces y un silencio que ni los pájaros se atrevían a romper, mi aldea no estaba blanca por la nieve, estaba roja por la sangre.