- Pero… no me puedo creer que hayáis perdido la medalla. Y encima la de oro.
- No la hemos perdido, ha salido del campo de visión.
- No me toméis el pelo. Djokovic y Nadal quieren su medalla..
Ajenos al extravío de la presea, los dos mejores tenistas de la historia salen a la pista entre los vítores enlatados de una megafonía que se impone a la grada vacía. Un partido antológico. Un choque para la historia. Un partido que decide quién tiene medalla y quién no, porque… En este caso, el ganador, aunque no lo sepa, se va a quedar sin nada. Con la admiración mundial, sí, pero eso no se enmarca.
- ¿Tenéis ya la medalla?
- No, no la encontramos por ningún lado.
- Estamos perdidos, están luchando por nada. Los únicos que vamos a ganar somos nosotros, que nos estamos ganando un castigo monumental.
- No se preocupe, jefe.
Javi y Ángel, los dos responsables del extravío de la presea, tuvieron una idea. Rara, que iba a causar confusión, pero rica.
- Van a estar orgullosos de nosotros.
Nadal saca para ganar tras cinco sets de infarto y… ¡Rafa gana, de nuevo, el oro olímpico!
- ¿Lo habéis solucionado?
- Sí. -respondieron Javi y Ángel al unísono-.
- ¿Tenéis la medalla?
- Ehhhmm… no exactamente.
- ¿Y cómo lo habéis solucionado?
- Hemos pedido una pizza, que le gusta a todo el mundo.
- SOIS IDIOTAS. ¿Le vamos a dar una pizza al campeón?
- Verás, Rafa, ha sucedido algo terrible y la solución es peor. Tu única recompensa es una pizza.
“Que no sea hawaiana, por favor”, pensó Rafa, que creía que todo era una broma.
Abrió la caja y sí, era hawaiana, pero lo que tenía no era piña, era la medalla de oro. "Estos del Comité Olímpico son unos cachondos", murmuró Rafa colgándose la medalla y tragando una porción de la pizza.