«Cuando abrí los ojos (Versión extendida del reto #68)»

Cuando abrí los ojos, tuve la sensación de estar flotando, en medio de una inmensa calma, como lo hacen las hermosas nubes pálidas en una tarde de primavera. Todo a mi alrededor parecía hallarse inmerso en un profundo vacío, en el que apenas podía escucharse nada distinto a mi propia respiración.

Lentamente, mi mente fue despertando de su letargo y, con ella, empezaron a hacerlo cada uno de mis sentidos. A los pocos segundos, comencé a escuchar una pequeña pulsación, periódica y aguda, que acompañaba los latidos de mi corazón. Posiblemente, fue aquel sonido, rítmico y tranquilo, el que consiguió que mi mirada encontrase los destellos de la pantalla de televisión que encontraba ante mis ojos. Tras varios segundos observando el aparato, mi cerebro comenzó a procesar las imágenes que, de allí, brotaban a borbotones. En uno de aquellos planos, me pareció distinguir mi rostro cabizbajo, en medio de una carretera de montaña en la que no recordaba haber estado antes. Sorprendido por los acontecimientos, el ritmo de mi respiración comenzó a acrecentarse y, al mismo tiempo, lo hizo aquel pitido que me acompañaba desde que había despertado.

Permanecí, durante un tiempo indeterminado, con la vista inmersa en aquella emisión mientras mi mente volaba perdida en ninguna parte. Sin embargo, un sonido de fondo captó mi atención e, inconscientemente, centré mi atención en él, tratando de identificar algo que me resultaba demasiado familiar. No fue complicado entender algunas palabras sueltas que me ayudaron a descifrar el contenido de la conversación al completo. Y, sinceramente. Ojalá nunca hubiera escuchado aquel diálogo o, mejor dicho, ojalá nunca hubiera vuelto a abrir los ojos. Instintivamente, traté de incorporarme, intentando encontrar una explicación a la cantidad de dudas que se agolpaban en mi cabeza. Sería difícil poder explicar lo que sentí en ese momento. La sensación de que el mundo se te cae encima, sin previo aviso, probablemente sería insuficiente para describir aquello que atenazaba mi pecho y lo apretaba hasta la extenuación. Sin embargo, la realidad es que, sentir como tal, no lograba sentí nada. Era como si, de cintura para abajo, mi cuerpo no existiera.

Alarmado, traté de llamar la atención de alguna de las personas que dialogaban a mi alrededor pero fui incapaz de articular palabra alguna. En un último intento desesperado, exprimí la única opción que me  quedaba. Subir el volumen de la televisión para escuchar aquella noticia.

“Un joven, que cuadruplicaba la tasa máxima de alcohol, se salió anoche de la vía, arrollando con su vehículo a decenas de personas que se encontraban en una terraza. El accidente deja cinco fallecidos y una docena de heridos”.

Mi cuerpo se paralizó por completo y mi corazón quedó helado al escuchar el titular. Un reflejo de lucidez devolvió a mi memoria el recuerdo de los excesos de la tarde anterior. En un arrebato agónico, busqué con la mirada a mi mujer y a mis hijas. No estaban allí. ¿Qué había hecho? ¿De verdad, merecía seguir viviendo alguien como yo?