Desde el Starbucks vimos la marea humana que cruzaba por las calles de Shibuya. Llevaba en el bolso la peluca rosa y las letras impresas de “Brass in the pocket'' y “More Than This'', aunque nos las sabíamos de memoria. Las aprendimos de cabeza, sin llegar a cantarlas, para que nos salieran como a Charlotte y a Bob.
La cosa es que no me sentía muy animada como para entrar de repente en un Karaoke a cantar. Se lo dije por la mañana, su respuesta fue: "Confía en mí, tengo algo que te pondrá a tono".
Nos acostamos la noche de los Òscars de 2004, después de ver la película de Sofia Coppola en los cines Goya y de tomarnos algo en el Zorro.
Fuimos a casa. En la tele, de fondo, el Canal Plus codificado dando la ceremonia desde el Teatro Kodak. Lo hicimos en el sofá, y terminamos en mi cama. Al despertar sólo había una nota: “Quiero celebrar nuestro aniversario cada 29 de febrero”. Lo hicimos durante siete años, los que no eran bisiestos los celebrábamos la noche de los Óscars.
Cuando me clasifiqué para Tokio 2020 me contactó. Yo llevaba años intentándolo, pero nunca respondía a mis mensajes. Jamás me perdonó que lo dejara.
Esta vez íbamos a quedar, pero con dos condiciones: no contar nada sobre nuestra vida tras la ruptura y cantar en el 30 Udagawachō, en Shibuya, a lo "Lost in Translation".
En la habitacioncilla de paredes de piel de cebra me lo dio. “Sales de baño”, un sucedáneo de la coca modificado para eludir el implacable control del comité.
Aparecía en todas las portadas: “En gimnasia artística, la histórica Susana Cerezo dirá adiós en Tokio a los 47 años.”
La cocaína sintética hizo su efecto y él cumplió sus deseos de venganza.