«¡Dios mío! ¡Qué vergüenza!»

Le miré y él me devolvió la mirada. ¿De verdad íbamos a besarnos? No es que no quisiera, me gustaba desde... bueno, desde que tenía memoria. Era solo que... esta situación no era la que una esperaría en su primer beso.

Oí una risita detrás de mí y me giré, nerviosa. Lisa y Julia me miraban y me hacían gestos para que me lanzara. Los demás espectadores –a saber, Lucy, Jonas y Bert– parecían estar a lo suyo, aunque les veía mirarnos de reojo. ¡Dios mío,  que vergüenza! ¿Cómo habíamos llegado a esta situación? 

El que iba a ser mi primer besador (ugh, sonaba mal incluso dentro de mi cabeza), me miraba, con lo que me parecía, ningún absoluto interés. Esto no me gustaba, no era romántico. Ni siquiera era normal. Abrí la boca para decir que bastaba con esta tontería y entonces una mano en mi espalda me empujó haciendo que nuestros labios chocaran. Y ya no había vuelta atrás. 

Nuestros ojos se encontraron y me quedé paralizada, con mis labios sobre los suyos. Él, gracias a dios,  empezó a moverlos lentamente y entonces yo hice lo mismo. Mis manos estaban en mi regazo, incapaz de moverse y las suyas parecían haber tomado la misma decisión. Noté como su lengua, tímida, pedía acceso. Y se lo concedí. ¿Qué iba a hacer a estas alturas?

– ¡Cierra los ojos! –ni siquiera reconocí la voz. Sólo los cerré rápidamente, avergonzada. No me lo decía a mí, por supuesto, solo veían mi espalda. Pero aún así, ese grito me hizo sentir una idiota total.

Ni siquiera recuerdo cómo terminamos el beso. Solo recuerdo que me limpié disimuladamente la barbilla, donde por alguna razón había saliva, y que Lisa y Julia me miraban con los ojitos en forma de estrellas.

¡Dios mío! ¡Qué vergüenza!