Querido diario:
Hoy me desperté dolorido en una cama de hospital. Cuando me pude levantar y logré enfocar a mi alrededor, la imagen que vi fue dantesca. Cientos de compañeros tumbados en aquellas camas ajadas, llantos, dolor, sangre y muerte contemplaba. No recordaba nada en absoluto, bueno sí, a mi compañero de batalla.
Al incorporarme, comencé a caminar descalzo por aquel pasillo mugriento y con un hedor que me hizo marear. En cada cama me paraba a contemplar si estaba allí mi amigo Miguel.
Las enfermeras gritaban frente a mí, aunque yo no oía nada más que zumbidos. Un cura allí presente daba la extremaunción a los soldados más graves mientras que otros vestidos de verde llenos de condecoraciones, recogían las placas de los que yacían sin vida.
Me acerqué a una ventana cercana a contemplar lo que me rodeaba, aunque mejor no haberlo hecho. Casas destruidas, cenizas, gente llorando a sus seres queridos inertes en el frío suelo mientras otros saqueaban los edificios que aún seguían en pie.
¡La guerra se acabó! ¡Victoria! ¡Victoria! Logré oír a mis espaldas, era Miguel leyendo un recorte de prensa. Me giré con lágrimas en los ojos, sin fuerzas y sin nada que celebrar aún sabiendo que mi compañero seguía vivo. Señalando la barbarie que habíamos creado para que todos lo pudieran ver grité con todas mis fuerzas.
-¿Victoria, esto es victoria?