“Nada es para siempre. Aunque podría serlo, por una maldita vez”, pensaron al unísono las dos personas que aún permanecían despiertas a medianoche, mirándose en silencio; queriendo tocarse sin hacerlo en realidad.
Una había decidido contar la verdad que le impedía avanzar en algo que desde el inicio estaba destinado al fracaso, y que había sido algo más que un sueño. La otra, incrédula, perdida entre lágrimas contenidas, deseaba despertar antes de que la caída libre de aquella pesadilla destrozara por completo su corazón.
Una eligió mal momento para pulsar ese botón del pánico que abría una puerta hacia el adiós. O al menos eran unas fechas donde la otra se sentía vulnerable, porque evocaban lo que más temía, junto a su mayor tristeza y añoranza.
Una reconocía que aquella despedida era su mayor crueldad, incluso teniendo en cuenta las desalmadas atrocidades de un pasado que marchitaba la ilusión de su futuro, porque solo sentía amor. La otra deseaba haber sido capaz de mirar hacia otro lado el día en que sus ojos se encontraron por primera vez, aunque hubiese supuesto permanecer en una casa hueca sin paredes, puertas ni ventanas, asomada al abismo de la cruda realidad.
Una dijo que ya era la hora. Y la otra lo aceptó, porque así, con su presencia, tendría un memorable último recuerdo.Una extendió las manos, mientras un surco de ceniza, similar a una lágrima, deambulaba por su rostro. La otra cerró los ojos en paz, antes de liberar un suspiro final acompasado por el gélido tacto del amor de su vida... Alguien envuelto en un disfraz. En concreto, la mismísima Muerte, que cansada de morir en eterna soledad, quiso comprender lo que era estar viva.
Saludos Insurgentes