Me imagino la forma de tus labios. Gruesos como gajos y mullidos al mordisco juguetón. Oscuros y densos y tensos cuando sonríes tal vez debajo de esa máscara implacable que me veta tu sonrisa. Me imagino la curva de tus labios contra los míos en perfecta sintonía de beso sincronizado y la lengua tímida y aliento a chicle de menta y a tabaco. Tus labios contra los míos como si fuera posible, como si con soñarlo bastase y con mirarte supieses. Me imagino tus manos en mis mejillas como si quisieras poner mi vida entre paréntesis, mi vida gris y tú un paréntesis huracanado, un huracán o el cielo o una ventanita a todo lo que nunca, a todo lo que nadie nunca. Me imagino mis manos contra tu espalda, interponiéndose entre tus músculos y todo lo demás, como un escudo de carne y hueso contra todo lo que no es este beso que no existe. Me imagino tus ojitos cerrados y no consigo calibrar el alcance de tu impacto, demasiado pronto o demasiado intenso para poder pensar en nada más. Me imagino tus piernas casi temblando contra mis piernas casi temblando contra tus piernas. Me olvido de que existen otras piernas que caminan o corren o se tropiezan mientras yo imagino este beso y el peso de tus párpados y el ritmo de tu respiración y tu latido. Me imagino contigo y ese beso ya existe y es perfecto.