Aquella noche los rayos iluminaban el cielo de tal manera que parecía enviados por el mismísimo Poseidón. Nadie salió de casa, nadie excepto Tobías; él luchaba contra su propio tormento y encontró en aquella furiosa oscuridad el amparo necesario para salir en busca del único remedio que podría calmar la cólera de su monstruo interior ahora despierto.
Llevaba días oculto en casa y los temblores de rabia comenzaban a aparecer. Se puso el viejo chubasquero con el que solía faenar en alta mar y se lanzó a la calle ansioso por recorrer los metros que le separaban de la botica. Allí golpeó con fuerza la puerta hasta que el señor Fulgencio la abrió.
-¿Tobías con la que está cayendo no podías esperar a mañana?
-¡Ay viejo amigo! Mi mal no entiende de minutos ni tempestades. Quizá mañana hubiera sido demasiado tarde, mi monstruo interior ha regresado y solo tú puedes ayudarme.
-En tal caso, pasa. Buscaremos el remedio que ponga fin a tu sufrimiento.- Le respondió el boticario dirigiéndolo a la trastienda.- Recuerdo, como si fuera ayer, cuando te rescataron de aquel mar embravecido y te trajeron aquí, más muerto que vivo, para que pudiera salvarte. Todavía me pregunto qué pasó en las aguas del Cantábrico, bajo la furia del oleaje, para que tu cuerpo despertara con aquella ira descomunal.
-Hubiera sido mejor morir junto a mis compañeros. Por las noches, las pesadillas de aquel monstruo marino me atormentan, imágenes que se repiten durante el día y que me invitan a actuar y a buscar presas que devorar.
-Por suerte conseguimos una fórmula que duerma esa bestia. Toma, bebe. Tu monstruo interior hibernará de nuevo los próximos meses.
Tobías sorbió aquel brebaje y la furia de sus ojos desapareció para dar paso a su dulce y triste mirada azul cristalina.
Los giros son brutales.
Enhorabuena compañera.
Saludos Insurgentes