«El monstruo, ¿se nace o se hace?»

La violencia lleva a más violencia; eso es lo que decía el padre de Basima y la joven siempre había creído en lo que él decía hasta esa mañana. Una mañana que parecía ser como cualquier otra en ese campamento de refugiados al que llamaban hogar pero, mientras su madre la reprendía por algo que carecía de importancia, una súbita explosión hizo temblar la casa entera, pero eso no fue lo peor, no sino los disparos que los siguieron arrasando todo lo que se cruzaba en la trayectoria de las balas. Basima, encogida en el suelo, vio impotente como sus padres eran abatidos, cayendo sin vida en el suelo, cuando no hacía ni diez segundos estaban hablando. La joven, se arrodilló, incapaz de asimilar la imagen que sus ojos registraban: la sangre brotando de los cuerpos de sus padres. Les llamó, pero no hubo contestación, lo intentó más fuerte, ahora con lágrimas empezando a brotar de sus ojos, pero con el mismo resultado. Levantándose con dificultad, salió de lo que quedaba de su casa para ver un panorama parecido al suyo, oyó los coches de los israelíes, marchándose, dejando un paisaje desolador. Los gritos y los llantos no tardaron en escucharse. En el suelo, el cuerpo de un joven muerto con la 'palestina' atada al cuello y, en un acto irracional, Basima cogió la prenda, apretándola entre sus dedos, sintiendo que algo frío se colaba en su interior. Un dolor tan grande, una rabia sin parangón que en ese momento olvidó las palabras de su padre. Nadie ni nada les ayudaría, no interesaban, no eran más que la consecuencia de una decisión mal tomada. Basima lo sintió, sintió al monstruo, pero en vez de asustarse lo abrazó. Era palestina y lucharía por los suyos como fuese.