No recuerdo nada de lo que sucedió anoche. Cuando desperté, estaba tan cansado que mi visión era incapaz de habituarse a la oscuridad.
Palpé a tientas la cama, en busca del móvil. Cuando logré localizarlo y encendí la linterna, no pude dar crédito. A mi lado, una chica dormía a pierna suelta. En su cuello lucía una bufanda de la Selección.
No lo podía creer. Aquel era mi viejo amor platónico, la joven a la que había tratado de seducir en incontables ocasiones. Apoyé ambas manos en la barbilla, mientras la contemplaba. Al hacerlo, noté una textura ligeramente viscosa. Me miré las palmas y comprobé que estaban impregnadas de un rojo intenso. La misma tonalidad que bañaba los labios de la chica.
No era posible. ¿Cómo había podido...? Abrí la cámara del móvil y la puse en modo selfie. Efectivamente, las de las mejillas no eran las únicas marcas. También había restos de carmín en el cuello. Y en la frente. Y en la boca.
El partido. Sí, a eso había dedicado la noche anterior: a disfrutar de la Eurocopa con los colegas. Pero esa chica ni siquiera formaba parte del grupo. Es más, odiaba el fútbol. ¿Qué diablos había pasado? Solo recordaba el golazo que metimos. Y la celebración. Bueno, y también el codazo que alguien me dio sin querer. En la sien. Y cómo me caí y de repente todo se tornó borroso…
Me desperté de nuevo, esta vez en lo que a todas luces era un hospital. Mi amor platónico ya no estaba postrado junto a mí. Demasiado bueno para ser real. Me pasé la mano por la frente para secarme el sudor que me había provocado el sueño. Las palmas de mis manos estaban impregnadas de un rojo intenso.
Creo que me volví a desmayar.