«El primero de muchos»

Aquella era, sin duda, la cara que nunca iba a olvidar. Aquel hombre de bata blanca no paraba de decirme cosas , las cuales yo, no podía llegar a entender. A pesar de tenerlo a escasos diez centímetros de mí, su voz sonaba como si estuviese al fondo de una largo pasillo.
-¿Puedo verla?
Eso era lo único que pudo salir de mi boca. De hecho, era lo único que podía salir de todo mi ser. Mi boca, mis orejas, mis manos, mi corazón...ella era lo único que todos mis sentidos necesitaban.
Cuando me dieron la autorización para entrar en aquella habitación de hospital, me quedé plantado en la misma puerta. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué más podía hacer yo? Le debía mucho más que mi sola presencia. De hecho, le debía mi vida entera a aquella mujer.
En todos estos años junto, no había pasado ni un sólo día en el que no hubiera escuchado su risa. Ya podía estar contenta o enfadada; ella siempre reía.
 Pensando en esto, me armé de valor para atravesar la puerta que nos estaba separando. Tenía la esperanza de que me recibiría como siempre, riendo. Escuché como mis propios pasos se aproximaban hasta el lecho dónde ella, sosegada, descansaba. La cama estaba al lado de un gran ventanal, y cuando se giró a verme, un rayo de luz la iluminó por completo. Yo siempre había creído que era la mujer más guapa del universo, y con esa imagen no pude sino reafirmarme.Me acerqué lentamente, puse mi mano sobre su frente y la besé en los labios.-¿Le ha dado un último beso a su mujer? – preguntó el mismo médico al salir.-No, le he dado el primero de muchos.