«El sello de Miguel»

El aire no llegaba casi a sus pulmones, la presión que sentía sobre su pecho era tan fuerte que impedía que el oxígeno llegara a su destino, en su lugar un hilo de dolor  y  tristeza se extendía por su cuerpo y su alma lentamente.
El amor de su vida se había marchado para siempre. Ochenta años compartiendo penas y alegrías, sonrisas y lágrimas, aventuras y desventuras, ocho décadas de amor incondicional, como el de las películas. Y ahora todo se había desvanecido, igual que la escarcha desaparece sin más con el calor de los primeros rayos de sol.
Sólo le quedaba hacer una última cosa para despedirlo y que la llevara consigo allá donde su alma fuese, escribirle una carta y colocarla entre sus manos para que su amor permaneciese a su lado por toda la eternidad.
"Querido Miguel:
Siempre lo has sido todo para mí. Desde el primer instante en que nuestras miradas se cruzaron sentí que pasaríamos el resto de nuestras vidas juntos. Cuánta razón tenía, lo que no sabía era que llenarías mi existencia de una felicidad extrema, de un amor puro y de una pasión incondicional como lo has hecho en estos más de ochenta años a tu lado.
Tan sólo llevo unas horas sin ti y me siento tan perdida que no creo pueda encontrar la salida de este oscuro laberinto en el que mi corazón se ha perdido.
Te pido una última cosa, allá donde vayas espérame; te buscaré en la otra vida para vivir juntos a través de los tiempos.
Tuya siempre, María"
Con extrema delicadeza guardó la carta en el sobre y, cuando posó sobre su lengua el sello más especial de la colección de Miguel, el corazón de María se detuvo para siempre y partió en busca de su amado.