A medida que se aproximaba, iba rememorando los lugares que conservaban fragmentos de su pasado. Aquel barrio había sido el suyo hasta el día del accidente. Cuatro años después volvía a pisarlo.
Cuando llegó a su calle, se alarmó por todos los negocios cerrados, y las caras de sus comerciantes, con sus voces de muchos colores, vinieron a ese instante sumidas en un mar de aflicción.
Conforme se acercaba al patio de su antiguo piso, el recuerdo de Eloy anudó su garganta. Una vez dentro del zaguán, se estremeció cuando revisó la correspondencia: una notificación venía a su nombre. Con los ojos vidriosos, la apartó y siguió repartiendo cartas al resto de casilleros. Volvió a quedarse de piedra al ver que la etiqueta con sus nombres seguía en el buzón que hace años fue suyo. Enojada, decidió subir hasta la vieja vivienda para pedir explicaciones.
Pocos segundos después de llamar abrió… ¡ella misma!
—¡Hola!, ¿tengo algo? —dijo, jovial, la inquilina.
Se quedó inmóvil, sin responder ni comprender.
—Disculpa, ¿tengo algo? —repitió contrariada sin advertir el parecido perfecto.
—Sí, perdona —reaccionó finalmente—. Una notificación del Ayuntamiento —dijo timorata.
—¿Otra vez? Seguro que mi novio olvidó domiciliar el IBI.
—¿Tu novio?
—Sí. Eloy Sebastián.
Aquello sacudió su corazón y la cabeza pidió tregua.
—¿Me la das?
—¿Qué? Sí, sí. DNI, firma y fecha.
Mientras rellenaba iba diciendo en voz alta lo escrito.
—Once de noviembre de 2016.
—¿Qué?
—La fecha de hoy.
—No puede ser —murmuró.
Entregó la carta y la puerta se cerró, dejándola sola en el cruel rellano. Su cuerpo flaqueó y tuvo que arrodillarse. Con la cabeza hundida entre las piernas, empezó a llorar.
Era el día de su accidente, el día que la suerte la abandonó.
Me ha encantado.
Saludos Insurgentes