La tenue luz envuelve la estancia con las titubeantes formas que produce la llama de la vela. El calor que emana es suficiente para que ese viejo se resguarde del frío ensordecedor del silencio. Son las inhumanas ganas de morir lo que justamente lo tienen así en la recta final de su patética vida.
La falta de higiene produce un primitivo hedor en el ambiente, las manchas colorean sus arrujadas manos y las ojeras, oscuras como la noche de esa Nochebuena, indican que ya ni dormir le hace olvidar.
No come porque su estómago se ha negado a abrirse, no habla porque le da asco escuchar su voz. No recuerda la última vez que sonrió. Lleva mucho tiempo solo consigo mismo y ya no soporta ni el ruido de su respiración.
¿Cómo hubiera sido su vida, si su adicción al trabajo no hubiera roto su familia? Piensa en unas navidades cantando villancicos con sus pequeños y besando a su mujer, verse dichoso y disfrutando de los pequeños momentos que la vida le pudo regalar y rechazó sin ningún reparo.
Sus hijos se pasaban días sin verlo. Su mujer lo tapaba: tiene mucho trabajo, os prometo que este fin de semana estará con nosotros.
Ese día no llegaba.
Pasó el tiempo y su familia cada vez lo necesitaba menos.
Sus hijos crecieron; se perdió cumpleaños, partidos de fútbol, teatros, fin de cursos… y todo para ser sustituido por un recién salido de la facultad y con un máster en telecomunicaciones.
Hace diecinueve años de esa Navidad en la que su mujer desesperada le dijo: vete y no vuelvas, no te mereces la familia que tienes.
Cuando se dio cuenta de la realidad, ya era tarde…
Arrepentido, suspira y nota como las lágrimas caen sobre el mantel roído. Hacía tiempo que no lloraba porque sus lágrimas se agotaron ese veinticuatro de diciembre.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Buen relato.