Ezequiel cumplía trece años y había llegado su día, su gran momento, uno de los mas importantes de su vida, se celebraba su Bat Mitzvá. Ese día adquiría su madurez, su capacidad para interpretar la Torá, tomar sus propias decisiones y saber distinguir entre el bien y el mal. Horas antes de que se celebrase la ceremonia y la gran fiesta que venía después, sus padres Benjamín y Raquel, le sentaron y le dijeron:
—Ezequiel, hoy cumples trece años y es el momento de que conozcas toda la verdad.
—¿Toda la verdad sobre qué? —preguntó el muchacho intrigado.
—Toda la verdad sobre tus padres.
—Vosotros sois mis padres ¿Qué puede haber que no sepa?
—Es hora de que sepas que nosotros no somos tus padres. Ellos murieron hace mucho tiempo. Yo era un oficial alemán, encargado del registro de todos los judíos que entraban en el campo de concentración de Sachsenhausen. Tus padres llegaron juntos, pero fueron separados. Tu madre te llevaba en brazos, lloraba desesperadamente y me pidió que te salvara, que no permitiera que te pasara nada. No tendrías mas de tres meses, yo me apiadé de ella y te escondí. Por la noche te llevé hasta mi casa, aquí en Berlín. Mi esposa no podía tener hijos, así que para ella fue un regalo. Mientras duró la guerra, te pusimos un nombre alemán para no levantar sospechas, pero con la caída de Berlín, fuimos nosotros los que nos tuvimos que esconder. Adoptamos los nombres y la identidad de tus padres y tu recuperaste tu nombre de nacimiento. Desde entonces vivimos integrados en la comunidad judía, hemos aprendido sus costumbres y ritos. Nadie nos ha hecho preguntas, para ellos es más importante tu vida, que buscar venganza.
—No os preocupéis por nada, yo también lo sabía. —Dijo Ezequiel.