El murmullo de la gente casi podía aplacar mis propios pensamientos. Mientras me acercaba al ring podía sentir mis latidos desenfrenados.
- ¡Fuego y hielo, damas y caballeros! Esta noche, se sabrá quién es el campeón olímpico. – el presentador tomó una respiración y pude sentir como la expectación crecía. - ¡Esta noche tendremos nuestro vencedor! ¿Podrá el novato poder con el campeón? ¡¿Podrá?!
Miré hacia la otra esquina del ring, y allí estaba. Aron, tenía una mirada impasible en sus ojos mientras miraba a todas partes… menos a mí. Era considerado el hombre de hielo por eso precisamente, sus emociones siempre bajo control, sus golpes siempre calculados. No como yo, que me dejaba ir cada vez que pisaba el ring, el novato se convertía en fuego.
¿Estaría pensando Aron en la noche anterior? ¿Cuándo mis manos habían reclamado su cuerpo? ¿Estaría pensando en ese momento cuando le había dicho que le quería y él me había besado en respuesta?
¿O estaría pensando en cómo ganarme?
Campeón olímpico… Era nuestro sueño. Solo uno podría tenerlo.
El árbitro nos llamó. Por fin, me miró a los ojos.
- ¿Estáis listos, chicos?
Chocamos puños. Nuestros ojos diciendo más de lo que dirían nuestras bocas. Siempre era así.
La campana sonó.
El combate empezó.
No quería hacerle daño, tampoco quería renunciar a mi sueño. Supongo que no tuve elección cuando él atacó, mi instinto tomó el control. El dolor, la adrenalina llenando mis venas… Nos convertimos en lo que todo el mundo esperaba, en fuego y hielo, y el combate fue una obra de arte para quien mirase.
Fue mucho más para nosotros. Porque mi fuego se enfrió en algún momento del juego, y su hielo se tornó en fuego reconociendo nuestro secreto. Solo nuestro aun cuando estábamos frente a una multitud.