A veces lo pienso, pero me da miedo echar la vista atrás, me cuesta volver la mirada al pasado y aunque no hace tanto tiempo, parece que ha pasado una eternidad.
Me cuesta recordar las caras, mi mente las empaña, las oculta tras un borrón, para protegerme de aquello, de aquel horror.
Me esfuerzo y con una congoja en la garganta, me vienen a la mente imágenes de cuerpos tirados por el suelo, con las ropas destrozadas, medio enterrados entre los cascotes de sus propias casas.
Filas interminables de mujeres, hombres, niños y ancianos huyendo, el éxodo de la barbarie, llantos y lamentos de fondo, sin pan, sin hogar, sin nada, vacíos de ilusión, de ánimo, sus almas, vacías de aliento.
Recuerdo sus ojos perdidos, sus caras sucias, sus manos vacías y mugrientas, sus cuerpos magullados, enfermos, cansados, abatidos, caminando entre ruinas, despacio, arrastrando los pies descalzos, pasos lentos, que ansían abandonar la ciudad, dejar el horror atrás, olvidado.
Yo estaba allí, con ellos, respirando su olor, el olor de la muerte, yo era uno más, había perdido mis ilusiones mis esperanzas, amigos, familiares… y ahora, ¿qué nos queda?, esta pregunta resuena en mi mente golpeándola, como lo hace un badajo dentro de una campana, que toca a muerto, al paso de una marcha fúnebre.
Ahora eso queda en mi recuerdo, ese drama ya pasó, es mi mente que me juega malas pasadas y de vez en cuando me trae esos recuerdos, para que los tenga presente y no se me olviden y aunque ahora, soy feliz y adoro la vida, es el precio que pago por haber vivido una guerra y haber salido indemne, por haber sobrevivido y no por ser mejor o peor que otros, simplemente… porque no era mi momento.