— Desde que rechacé la oferta de matrimonio de Louis, estuve en el punto de mira. Nadie entendía cómo una mujer iba a ser capaz de vivir sola y sacar una granja adelante. Me crie en esa granja con mis padres y sé muy bien cómo hacerlo. Mi objetivo es demostrar a todos que soy capaz de salir adelante sin la necesidad de casarme con nadie. Sin embargo, el orgullo de Louis está dañado, y va a hacer todo lo que esté en su mano para perjudicarme, hasta el punto de acusarme por brujería y destruirme.
— Señorita Margaret. Si es eso cierto ¿Cómo explica lo del cabritillo desangrándose entre cirios? — Preguntó el señor juez gesticulando con sus manos.
— Su señora me encargó un cabritillo el día anterior, y debía desangrarlo y envolverlo con el fuego de las velas para que ningún insecto envenenara la carne. Si yo fuera una bruja como estos señores pregonan, usted y su familia hubieran enfermado después de ingerirla. Y por lo que veo la han consumido sin ningún problema, su señoría.
— Sí, por supuesto. De acuerdo señorita Margaret, supongo que tiene razón, por esta vez le daré una oportunidad. La declaro inocente — Exclamó el juez después de carraspear algo nervioso.
Esta vez había conseguido salir impune, aunque debía de andar con mucho cuidado, pues Louis seguiría cerca para importunarme tras la sentencia.
Al llegar a casa me invadió la oscuridad y decidí avivar la chimenea, sobre la lumbre coloqué mi puchero. Después comencé a cocinar uno de mis mejores guisos; ancas de rana, sangre de lagartija y sesos de escarabajos. El hechizo perfecto para perturbar a Louis. Tras cocinarlo durante unos segundos, formulé el conjuro.
— ¡Ranas arvalis, lagartijas muralis y escarabajos goliat, haced de Louis un hombre sin paz! —.
A la mañana siguiente las tierras de Louis fueron atacadas por una plaga de langostas. Ninguno de sus queridos amigos, que tanto le apoyaron para acusarme de bruja, fue capaz de ayudarle y apoyarle por esta causa. Pude sentir su angustia y desamparo desde mi ventana, pensé que aquello me haría sentir triunfante, en cambio no fue así. Una desagradable culpabilidad me carcomía por dentro. Así que preparé una de mis pócimas y se la llevé para que terminara con la plaga. Según caminaba hacia él, Louis me miraba decaído y confuso.
— Esparce este brebaje en tus tierras, pronto acabará con esas repugnantes lasgostas — Dije tras posar el cubo junto a sus pies.
Al coger el camino hacia mi casa, sentí su mirada de sorpresa en mi nuca. Se quedó sin palabras. Entonces fue cuando volví a sentirme plenamente satisfecha.
Unos días después trabajaba sus tierras, sanas, mientras me observaba disimuladamente. Esta vez sin prepotencia y sin ningún rencor. De nuevo, se respiraba armonía en nuestra aldea.
Bravísima Margaret!
Saludos Insurgentes