Amor mío,
No sé si llegaréis a leer esta carta. Como veis, he tenido que introducirla dentro de la pistola para que pasara inadvertida, justo en el hueco entre el tambor y el pestillo. Era la única manera de expresaros mi amor sin que una hoja de acero me arrebatase la vida en el intento.
Os quiero. Incluso si las estrellas, como los proyectiles que ahora se ciernen sobre nosotros, se precipitaran al vacío y abrasaran con su ardiente superficie, yo estaré allí para interponerme. Para recibir su fuego mortal como el más cruel y más dulce de mis destinos. Porque, ¡oh!, ¿cuántos no habrán deseado alguna vez ser sepultados por el Cielo al que dirigen todas sus plegarias? ¿Podrá el amor que siento por vos confundirse con mi devoción por el Altísimo?
Me retiro, las atrocidades de la guerra reclaman mi presencia.
Dios os asista,
Amor mío,
De forma similar, he tenido que ocultar esta misiva con la gracia de los ardides del zorro para que mi precaria vida no sufriera riesgo alguno. Pero si existe alguien por el que empuñaría mi frágil corazón y lo expondría a toda adversidad, ese sois vos y la pureza inconmensurable que alberga vuestra alma.
¡Oh! ¡Cómo osáis mencionar el Cielo cuando las puertas del Infierno se erigen tan próximas a nosotros! ¡Cómo arrodillarse a rezar cuando los pecados que entraña la guerra laten con más fiereza que nun…
—Joder, vale ya. Me estoy poniendo enfermo.
—¿Hay algún problema, jefe?
—¿Es que acaso no lo ves? El texto no es más que una sarta de cursiladas sin sentido. Esta gente nos toma por tontos. Piensan que todas las tragedias románticas que se representan en un teatro tienen que ser como Romeo y Julieta. Un par de metáforas, alguna palabra rimbombante…¡et voilà! Las cosas no funcionan así. Ya no.
—¿Desechada entonces?
—Quítala de mi vista.