Depositó sobre la mesa de trabajo la vela que acababa de encender. La cuarta de aquella noche. Un poco anticuado, pero la incertidumbre de que pudiera caer y provocar alguna desgracia resultaba preferible a instalar un flexo de LED. La luz artificial arruinaba sus cuadros.
Pintaba cuando le salía y al dictado, como si un frenesí incontrolable circulara por sus venas y le diera órdenes exactas de aquello que debía representar. Sus delirios artísticos le procuraron una exposición propia en un museo de gran renombre en el país.
El éxito hizo que se entregara a su trabajo en cuerpo y alma. Comenzó a hacer caso a ese instinto impulsivo y creador que le empujaba a empuñar la brocha y dejarla volar sobre el papel. Se retiró al lugar en el que ahora se encontraba precisamente para satisfacer ese instinto. No se dio cuenta de que su familia había ido quedando al margen, hasta convertirse en un elemento molesto que lo distraía de su nueva obsesión.
Miró por la ventana. Un espumillón reluciente en el balcón vecino le recordó el día que era. El entramado de luces que cubría toda la ciudad emitía destellos multicolores que dotaban a las calles de un ambiente festivo y despreocupado.
¿Qué diablos había hecho? Nochebuena. Llevaba días sin asearse, sin afeitarse, sin hablar con nadie. Completamente ajeno a la noción del tiempo. A la realidad. Prometió que esa vez iría, que esa vez no los dejaría tirados, que no volvería a cometer el mismo error... Demasiado tarde. La culpa había llamado a la puerta y pronto se sentaría a cenar con él.
Una lágrima solitaria recorrió su mejilla y se precipitó sobre la temblorosa llama de la vela. La habitación quedó a oscuras, impregnada por el humo pegajoso que emanaba de la cera.
Era la cuarta que se consumía aquella noche..
Me ha gustado, enhorabuena
Saludos Insurgentes
¡Muy bueno, a seguir así!