«La gata blanca y gris»

Visualizo una gata acostada a la sombra de los nísperos.
Tumbada a la bartola parece tan calmada y despreocupada,
tan ajena a todo el mundo que la envidio.
La miro y la envidio, quisiera ser un gato y mantenerme ajeno al mundo entero.
Ahí está tumbada con pelaje blanco con manchas grises, relajada a la sombra.
Y pienso,
pienso que aunque su vida parezca más amena,
también los gatos sufren los golpes de la vida y tienen que vérselas con encrucijadas
y con individuos que se cruzan en sus caminos para dificultárselos.
A veces son individuos de su propia especie,
pero la mayoría de ocasiones su vida suele verse complicada por algún humano.
Por suerte para ellos los gatos tienen siete vidas,
yo solo tengo una y siento que no la he aprovechado
y siento que no la aprovecho
y a veces quiero hacerlo, a veces hago el amago
otras no sé ni como hacerlo.
Y miro a la gata tumbada en la sombra,
transmite paz y su pelaje blanco y gris me recuerda a la vida misma,
con su blancura y su gris.
Pienso que debo centrarme en lo blanco y dejar de mirar lo gris.
La gata se levanta y se aleja entre la maleza,
avanza y a medio camino para y me mira a lo lejos,
luego se pierde.
Luego aparece por el filo del muro,
tras la verja avanzando hacia adelante con elegancia,
me fascina mirarla,
sigue hacia adelante esquivando las ramas y los matojos,
avanza y se pierde de nuevo.