«La guerra se gana cuando la sangre deja de derramarse»

Querido diario:

La sangre corría a diario. Era una batalla sin descanso para todos los soldados, pero morir en el campo de batalla era el orgullo más grande para nuestro país. Matar al enemigo y vencer era el objetivo. Todos piensan que la guerra es necesaria hasta que la viven en su propia piel. 

Eso me pasó a mí. Me criaron con la enseñanza de que matar era mi deber. Fui obligado a unirme a la milicia a los dieciocho años. Era emocionante y a la vez terrorífico. Los entrenamientos eran duros, pero lo peor fue a la hora de batallar. 

Era el tercer asalto al campamento enemigo y el objetivo era masacrarlos de noche, cuando sus fuerzas no estaban a punto. Todo iba bien hasta que una de las tropas de emergencia se dio cuenta de nuestra intrusión antes de tiempo y nos quedamos en una ratonera sin salida. Mis compañeros caían, no había salida y tampoco escondite. Corrí sin cesar esperando salir de allí cuanto antes, hasta que una bala perforó mi pierna izquierda y me hizo caer. Preparado para morir, cerré los ojos y me mentalicé de que para mí, todo terminaba.

Me pilló por sorpresa que un hombre del bando contrario me ayudara a levantarme y a esconderme. Se llamaba Ali. Él estaba en contra de la guerra entre nuestros países y decía que no valía la pena sacrificar hombres en una batalla sin ganador. Tenía razón, mucha razón. Logré escapar hacia mi campamento y los auxiliares lograron salvar mi vida, pero de no ser por Ali, ahora mismo no estaría escribiendo esto.

Después de una semana, me recuperé y lo que hice fue retirarme. Dejé la milicia en plena guerra y muchos de los soldados también gracias a mí. Porque una guerra se gana cuando la sangre deja de derramarse.