«La hora»

Iba caminando cuando llegue a lo alto de una montaña, al rededor mío había arboles y a lo lejos podía un lago que estaba un poco más cerca que el castillo color piedra de cuatro torres. Ese será mi destino, allí podre descansar y seguro que me acogen con las manos abiertas si tengo algo que ofrecer.
Y llegue después de muchas noches en vela en el bosque con miedo a que algo me pudiera suceder si cerraba los ojos aunque fuera tan solo por unos minutos.

Con paso inseguro y a punto de caerme del cansancio conseguí llegar y tocar la aldaba tres veces, antes de dejarme caer de rodillas y apoyarme en la puerta exhausta. Fueron tan solo unos minutos antes de oír unos pasos apresurados al otro lado de la puerta, pero suficientes para que pudiera recuperar la compostura y pareciera decente delante de ese desconocido.
Abrió la puerta un señor mayor, de pelo y barba ya blanquecinos. En cuanto me vio me dejo entrar, no pregunto nada; y me condujo por una escalinata de mármol impecable blanco hasta una puerta doble de madera muy decorada con un pomo de plata brillante y forma curva. No era un poco al uso, en esta puerta solo se tenia que empujar un poco y se abría ya casi sola. Era una habitación impecable de cama de dosel, a la que fui inmediatamente y sin quitarme la ropa para dormir más cómoda me deje caer. Al ama de llaves le oí decir algo de unas señoritas que me ayudarían, pero lo cierto es que no me entere bien, demasiado cansada para hacer algo más que dormir.