Llevaba varias horas andando por lo que parecía un interminable camino de ladrillos amarillos. Lo único que veía era una inmensa explanada de césped color esmeralda, salpicado de flores multicolores y arboles plagados de aves extrañas. Cuando estaba a punto de darme la vuelta, vi a una niña apoyada en el tronco de un árbol. A sus pies un perro dormitaba aburrido.
—¡Dorothy! ¿Pero se puede saber qué haces ahí sentada en vez de ir en busca de la ciudad esmeralda?—
La niña, levantando los ojos del smartphone, me miró irritada.
—Vamos tía, no seas brasas que ahora no hay nadie leyendo el puto cuento—
Me quedé perpleja, no esperaba esa reacción de la dulce niña que había imaginado cada vez que leía el libro. De mala gana, me dijo donde podía encontrar a los demás personajes del cuento y continuó con las stories para su Instagram.
En el siguiente recodo del camino me encontré una casa construida de ladrillos de colores y ventanas tan pequeñas que difícilmente entraría la luz. En el interior estaban el espantapájaros, el hombre de hojalata, el león y varias brujas que intuí por su atuendo. Estaban sentados en el centro de la estancia, formando un círculo alrededor de una persona que les hablaba con voz de locutor de radio.
—Vamos a ver, es solo una niña— les decía. —No tiene más poder del que vosotros le queráis otorgar. Espantapájaros, no puedes permitir que te convenza de que eres tonto porque no tienes cerebro. León, no eres ningún cobardica, como ella se empeña en llamarte, simplemente eres buena persona. Dorothy os está manipulando, lo único que quiere es conseguir más seguidores, para dejar el cuento y largarse a un paraíso fiscal.—
—¿Perdone, usted quién es?— Le pregunté
—Quien voy a ser... el editor—
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes