-Sr. García ¿En dos horas tengo que entregar la medalla al mejor saltador de pértiga y usted me dice que no tengo medalla?
Las venas parecían saltar de su cuello y este, a su vez, parecía un grueso tronco de ramas retorcidas que sube vigoroso hacia el cielo pero de su copa, en lugar de hojas brotaban horribles palabras.
-¿Es que no escucha usted, Garcia?
Se giró pensando, si señor, pero no llegó a pronunciarlo. -Bueno, ¿qué se hace cuando falta algo importante y de valor? ¡Llamar a la policía!
-Departamento de seguridad ¿en qué le puedo ayudarle?
-¡Han robado una de las medallas de oro. Tienen que encontrarla ya, no hay tiempo
-Le mando dos de nuestros mejores agentes ahora mismo a la sala de trofeos. Le aseguro que resolveremos el caso lo antes posible.
-Gracias, aquí les espero.
García volvió a la sala. Nadie, salvo él, el director general y las señoras de la limpieza podían entrar allí.
Al llegar los policías...
-Veo que las limpiadoras han dejado en esa esquina una toalla.-dijo uno de los policías.
Cuando se agachaba para recogerla, como una lanza de pértiga calló junto a él una gata negra con manchas blancas que se acurruco en la toalla impidiendo que se la quitara.
-Vale, guapa, te dejo tu toalla. ¿Qué hace esta aquí? - Preguntó mirando a García que estaba igual de sorprendido.
-Supongo que las mujeres de la limpieza le habrán dejado pasar.
De nuevo se acerco el agente a la pequeña gatita que tiraba con la boca de los picos de la toalla para poner más mullida su cama.
-¿Que tienes ahí?
Cuando destapó el tesoro de la gatita con manchas de vaca apareció dorada y brillante la medalla. Ella comenzó a sacar las uñas a la mano del agente que intentaba quitársela.
-Caso resuelto, ahora que le quite la medalla a la gata otro.
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