- Papá ¿Por qué este año no viene Papá Noel?
Cada año ocurría lo mismo. El abuelo bajaba a por pasteles y poco después sonaba una campanilla en el jardín trasero. La familia salía, loca de alegría y abrazaba a Papá Noel como si de un miembro más se tratase. Quique se quedaba en la puerta, dudando entre el miedo y la ilusión y miraba hacia atrás esperando a que su madre le pusiera una manta sobre los hombros.
Pensaba que temblaba de frío, pero lo hacía de emoción. Papá Noel era simpático y bonachón, tenía una espesa barba blanca, perfectamente cuidada y su traje rojo era tan suave como las sábanas de la casa de la abuela. Y reía con carcajadas sonoras cada vez que Quique abría uno de los regalos.
- Ho, ho, ho.
Un estuche nuevo, unos prismáticos, algún libro y aquellos walkie talkies que tanta ilusión le hicieron y con los que tantos días jugó al juego de los espías.
Cuando regresaban al calor del hogar, Papá Noel se despedía con su voz grave y le conminaba a ser bueno.
- Me esperan los renos y muchos muchos niños.
Los mayores preguntaban a Quique por los regalos y Quique siempre preguntaba por el abuelo.
- Ha ido a por pasteles. – Respondía su padre sin demasiado énfasis.
Y entonces sonaba el timbre, el abuelo aparecía con una bandeja de pasteles y Quique se abalanzaba hacia él para contarle que otro año más se había quedado sin ver a Papá Noel y que le había regalado unos walkie talkies espectaculares.
Y el abuelo se sentaba a su lado y se lamentaba mientras observaba a su nieto con ese brillo en la mirada que le convertía en el hombre más bueno del mundo.
Pero el abuelo se marchó el último verano. Dos días antes de marcharse de vacaciones, se cayó de la cama y no volvió a levantarse. Se le ha parado el corazón, le dijeron. Y todos lloraban, y Quique trataba de sonreír mientras recordaba aquellas nochebuenas en las que se comían los pasteles del abuelo y él los observaba con aquel brillo en la mirada.
- Porque este año tiene que visitar a otros niños. – Contestó entonces su padre.
Habían vuelto a la casa de los abuelos para tratar de celebrar una Nochebuena en familia. La abuela volvería a cocinar cordero y mamá prepararía un cocktail de marisco, pero ya no se comerían los pasteles del abuelo, ni escucharían una campanilla en el jardín trasero. Los renos habían pasado de largo y Quique echaba de menos contarle a su abuelo cómo era Papá Noel, incluso más que abrir los regalos.
Entonces tomó la foto que la abuela tenía enmarcada sobre la estantería. Allí estaba él, abrazado a Papá Noel y con una saca abierta llena de regalos. La mano enguantada acariciaba su nuca y en los ojos había algo que le resultaba familiar. Papá Noel tenía en los ojos el mismo brillo que convertía al abuelo en la mejor persona del mundo.
Las personas se van, pero siempre quedan sus recuerdos.
Saludos Insurgentes
Maravilloso 👏🏼 👏🏼
Muy bonita historia 😊
La vida es así.