La vibración del móvil sobre la mesita de noche sacó a Carol de su sueño. Con los ojos a medio abrir, giró la cabeza esperando encontrarla. Se incorporó y echó un vistazo a la habitación: la ropa que vestía la noche anterior sobre el televisor, la maleta aún sin deshacer del todo bajo la ventana. Ni rastro de la ropa de Luisa. Reparó en la nota, el único elemento extraño en la habitación y se acercó con curiosidad.
"No podía dormir. He ido a mi habitación. Nos vemos en la pista. Te quiero. L."
Con la nota en la mano recordó la cena de la noche anterior, la euforia del equipo porque ambas habían pasado a la final de 4000 metros. Había sido una larga lucha, empezar desde jóvenes en un deporte que no se consideraba de élite. Que no se retransmitía cada domingo y por el que nadie compraría una camiseta con tu nombre. Pero era el sueño de ambas: estar aquí, en una Olimpiada, luchando por el preciado metal.
Habían ganado algo más. Se conocían de antes, por supuesto, pero la concentración de las preparatorias les permitió hacerlo mejor; confesarse futuros imaginados y pasados para olvidar, luego desearse y mas tarde devorarse. Rivales y amantes. Una pareja de dos solitarias corredoras de fondo.
—Imagina que pudiéramos hacer un empate técnico, irresoluble —decía Luisa entre carcajadas—. Subir al podio juntas y besarnos, con nuestras medallas de oro colgando. Sería mas fuerte que lo de México 68.
—Me temo cariño, que el mundo no esta preparado para eso. —Carol sonrió tristemente y la besó de nuevo—. Vamos a la cama, hay que descansar para mañana.