Pasaba una oscura tarde de invierno sentado en mi sillón favorito, perdido entre los mundos tenebrosos del gran Edgar Allan Poe. No sé cuándo me quedé dormido, pero me desperté con una sensación extraña. Caminaba por las oscuras y solitarias calles del Londres, yo no era yo, bueno si lo era, pero estaba en el cuerpo de un enorme gato negro. Sabía que estaba dentro de un sueño y no me dejé llevar por el pánico que sentí, en cualquier momento tendría que despertar.
Apareció un hombre que caminaba ebrio, cuando se percató de mi presencia un grito de terror hizo que se tambaleara. En ese momento supe que era el protagonista de mi última lectura, un individuo ruin y violento que había matado a un gato y que mataría a su mujer. Era una locura, pero lo tenía que evitar a toda costa.
Me convertí en la sombra de ese hombre, le seguía a todas partes, lo miraba fijamente mientras se emborrachaba cada día en la taberna. Al principio me evitaba con el miedo instalado en sus pupilas, poco a poco, el miedo se transformó en odio y su conducta era cada vez más perturbada. Se obsesionó conmigo, intentaba golpearme y si no lo conseguía se cebaba con su mujer. Su sueño era breve e intranquilo, me vigilaba y yo a él. Me acercaba sigiloso y dejaba que sintiera mi aliento en su nuca. Sentía el vello erizarse a través de su ropa. Me gustaba hacerle sentir miedo, pero me atrapó. Agarrándome del pescuezo, enrolló una cuerda y me colgó de la rama de un árbol.
Desperté bruscamente con sensación de ahogo, corrí asustado a mojarme la cara y al levantar la cabeza, unos felinos ojos verdes me miraban a través del espejo.
Saludos Insurgentes