Al tiempo que me echaba la colonia oí cómo el reloj del salón avisaba que era la hora de la cena. Bajé lentamente por la escalinata principal y entré al comedor. Me quedé ensimismado mirando la decoración navideña, había quedado mejor que nunca, pero me afané a tomar asiento porque el resto de comensales se encontraban en los suyos.
—¡Alexa, pon música de navidad! A ver si animamos esto un poco, ¿no os parece?
Nadie se quejó y dejé que los primeros compases de aquella música navideña nos inundara con su alegre melodía y me levanté para tomar de nuevo la palabra:
—Amigos míos, ya es nuestra quinta Nochebuena juntos. ¿Alguno se acuerda de cómo se llamaba la empresa que nos encerró en este sitio? —. Me callé unos instantes, por si alguno lo recordaba—. Bueno, da igual. La verdad es que llevamos mucho tiempo en ese “experimento social” que aceptamos hacer. Os echaré de menos las próximas fiestas. Creo que nos sentiremos un poco solos porque, a fin de cuentas, somos ya como una familia que no sabe vivir separada. Alzad las copas, amigas y amigos, y brindemos por nuestra amistad. ¡Felices fiestas!
Levanté mi copa y brindé con todos. Le guiñé un ojo Alicia, que estaba sentada frente a mí, sonriendo, y comencé a cenar. Tras la sobremesa, una mancha de sangre cayó, desde la sien de Alicia al suelo. Esa era la señal. Volví a meter al resto de mis amigos inertes, a excepción de Alicia, en el interior de la cámara frigorífica. Fui al salón. Bajo el árbol de navidad cogí mi regalo, lo abrí y saqué un revólver con una sola bala en su tambor. Me senté junto a Alicia, llevé la punta contra mi sien, le agarré de la mano y, sonriendo, apreté el gatillo.
Saludos Insurgentes