En esta noche aciaga, me postro ante la Pitia del oráculo de Delfos, para implorar a los dioses que iluminen mi camino, que los hados nos sean favorables, que no flaqueen las fuerzas de mis hoplitas y que, con nuestros escudos y nuestras lanzas, seamos una falange unida de terror y muerte.
Mañana, se ocultará el sol que ilumina los mares de la Hélade, una nube de flechas apagará su luz y la ira de Ares, caerá sobre el campo de batalla, arrasando todo vestigio de vida.
Estoy dispuesto a morir, a poner mi alma a los pies de Zeus, ¡por los dioses que lucharé!, ¡lucharé hasta la muerte!
Se cubrirán los campos de muertos, que darán su sangre por defender su pueblo, por defender su hogar, a sus mujeres, nuestras costumbres.
La sangre derramada será el precio que habremos de pagar para que nos recuerde la historia, nuestra gesta será cantada por Heródoto, Jenofonte y otros historiadores a través de los siglos y saldrá de nuestras fronteras para mostrar al mundo la grandeza de Esparta.
Solo quiero ponerme en paz con los dioses, ser digno de mi padre Anaxandridas, rey de los Agiadas y si caigo en la batalla, morir con el honor suficiente para honrarle y reunirme con él, sentándome a su lado para reinar en el Olimpo.
A ti Gorgo, hija de Cleómenes, razón de mi existencia, amor de mi vida, te dedico éste mi último pensamiento, para implorarte que no llores por mí, hija de reyes, el honor y el orgullo de tu estirpe engrandece mi nobleza, mantén la cabeza bien alta, que no caiga una lágrima por tu rostro, pues mañana es un gran día, mañana… ¡me espera la gloria!