Se disponía a comenzar el trabajo. Llevaba semanas preparando el golpe y había analizado, al milímetro, la estrategia que debía seguir para perpetrarlo con éxito y sin contratiempos.
Miró a ambos lados hasta asegurarse de que nadie le observaba y sacó de su bolsillo un objeto afilado con el que forzar la cerradura de la puerta de la farmacia. Durante unos segundos eternos, se afanó meticulosamente con el cierre hasta que, un leve chasquido, le permitió abrir la puerta y acceder al interior.
Avanzó iluminado, únicamente, por la escasa luz que entraba a través del escaparate del local, en busca de su primer objetivo: la caja registradora. Desafortunadamente, no encontró nada. No se detuvo y se dirigió, rápidamente, a la trastienda en busca de la caja fuerte. Allí encontraría la recaudación de los últimos días. Con eso sería suficiente para él.
Una vez allí, tuvo que encender la linterna de su móvil porque la oscuridad era total. El almacén tenía varias puertas cerradas que tuvo que ir abriendo, una a una, hasta encontrar el bien deseado. Para su sorpresa, tras una de ellas, le aguardaba un encuentro un tanto inesperado. Al alumbrar el interior de la pequeña sala, se topó primero con unos ojos claros y, después, con un rostro que no le resultaba, para nada, desconocido. Le costó identificarlo el tiempo que tardó en quitarse el susto de encima. Sin lugar a dudas, era Ludmila, una chica búlgara que había crecido con él en el Centro de Menores. ¿Qué hacía allí con un bebé en brazos? Ella le contó que aquellos farmacéuticos les habían dado cobijo en su local para que no pasaran frío. En ese momento, él se dio cuenta del error que cometía al robar a esas personas tan bondadosas y huyó de allí envuelto en lágrimas.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes