La distancia que había entre nosotros no nos impidió pensar en exponernos al mayor contacto íntimo que se puede tener en público impunemente, acordamos hacerlo en nuestro primer encuentro. Me dijiste que si hacíamos eso nos mostraríamos tal cual somos. Y me arriesgue a todo o nada.Planeamos vernos en el descanso de una escalera ajustada entre una hilera de casas en las alturas de Barcelona un día mojado. Ahí encontramos ese beso anónimo que rápidamente tornó el descubrimiento en intensidad.La delicadeza de tu tacto, la intención de tus movimientos, el olor de tu ropa, el color de tu pelo, el movimiento de tu cabeza al besarme: todo era un gran éxtasis. Me acariciabas la cara y rodeabas nuestras bocas en contacto, sentí como sacralizabas ese momento, lo preservabas en tu memoria, como tocabas nuestro beso. Quería rozar la piel de tus labios, lamer esas arrugas que los moldeaban y abrigarme en tu lengua y dentro de tu boca explotar de humedad. Me acercaste más a tí, nos palpamos los bordes y metí mis manos por dentro de tu abrigo para estar más cerca, dónde sentía tu temblor que me develaba tu fragilidad. Tiré la cabeza hacia atrás porque quería que me beses el cuello. Me ajustaste con tu brazo y tu mano abierta por la espalda y apareció una parte de mi piel escondida entre mi cabellera que no dudaste en morder apretando lo justo mientras un camino húmedo se dibujaba desde mi boca hacia la zona baja de mi cuello. Estábamos cabeza a cabeza entregándonos. Aún cierro los ojos y siento esa nube de calor en la que estábamos envueltos. Mi estómago palpitaba, mi cuerpo gritaba y tu actitud lo conquistaba. Mis manos querían desgarrar tu ropa para entrar en tu piel. Me sentí presente.Y sí…en ese momento nos mostramos tal cual éramos.