Fue hasta Granada en un intento de reunirse con su familia.
Tenía muchos colegas de profesión y amigos a los que le debía mucho y ellos a él, de esos que darían su vida por protegerlo. Estos últimos estaban en Granada, sus amigos de la infancia. Llegó a su ciudad tres días antes de que estallara en Melilla la sublevación militar contra la República, que dio lugar a la Guerra Civil. Embajadores de Colombia y México le ofrecieron el exilio, al ver que podría ser víctima de un atentado debido a su puesto de funcionario de la República, pero él se negó. Su carrera estaba en el punto más álgido y no quería que pensaran que se marchaba porque no se considerara español. Si algún día lo hiciera, sería porque fueran a matarlo. No se equivocaba.
Sabían que él estaba allí, iban a arrestarlo y poco podía salvarlo del fusilamiento. Esa madrugada, dos fieles amigos se adelantaron para alertarlo; las fuerzas del orden iban acompañados por destacados falangistas y los que dijeron que él era espía de los rusos, secretario de un político socialista y homosexual.
Consiguió alegar que estaba de su lado y España estaba por encima de todo. Vio morir a sus amigos días después por robar comida. Durante un mes estuvo rodeado de personas poco afines a él, pero estaba salvando su vida por el momento. Se encangaba de llevar la oficina de correspondencia, en la que los altos mandos informaban de los atraques contra sus rivales.
Cuando ya no aguantó más, en el silencio de la madrugada, huyó por la costa mediterránea, hasta coger un ferri dirección a Oriente. Nunca más se supo de él, pero nació un nuevo poeta con el nombre: F. LORK
Cuando la guerra acabó en 1939, se sentía más español que nunca, pero nunca más volvió.