Me ha vuelto a suceder.
Las primeras veces me asustaba, pero ya le he tomado el gusto a interactuar con los personajes. Lo bueno, es que aquí soy inmortal y, a veces, incluso el curso de la historia ha cambiado con mi intervención.
Por lo que veo, estoy en el anfiteatro derruido. Tenía muchas ganas de conocerla y ahora voy a poder hacerlo.
En uno de los escalones de piedra me encuentro a la muñeca gigante que, según el narrador, dice solamente tres frases. Me acuerdo de ella, y de su poca sintonía con Momo. Me sorprende que lleve puesto un abrigo de visón. Empiezo a buscar el pequeño refugio de la niña por detrás de las gradas y enseguida doy con él. Encuentro una pila de ropa, creo que de la muñeca. Esto sí es extraño. Recuerdo que tras el encuentro de la niña con el hombre gris, todas esas vestimentas volvieron volando al maletero del coche gris.
Descargo mis pulmones para llamar a Momo, sin obtener respuesta.
Una tortuga, que debe de ser Casiopea, pasa de largo con un caminar demasiado anodino, incluso para una tortuga. Me quedo en silencio hasta que el sueño me vence.
Un parloteo juvenil me despierta. Levanto la mirada y veo una cabellera revuelta. ¡Momo! Doy un salto para acudir a su encuentro, pero percibo que frunce el ceño. En lugar de la chaqueta grande con las mangas plegadas lleva puesto un vestido de seda rojo.
—¿Qué te ha pasado?
Ella no responde; parece que haya olvidado escuchar. De las manos le cuelgan decenas de bolsas.
Como un fogonazo, me viene un pensamiento aterrador: en su primer encuentro con el agente del Banco de Tiempo, quedó seducida por su discurso.
Voy a tener que quedarme un tiempo por estos lares y desfacer entuertos…
Saludos Insurgentes