Carmencita me saluda alzando la mano. Reconozco su sonrisa, su vestido de cuadritos, sus calcetines cortos, el neceser rojo y la maleta a los que el paso del tiempo ha restado lustre y misterio. ¡Qué de ratos compartidos con ella, pero qué lejanos me quedan!
La librera conversa con una mujer de edad incierta, que se queja de que le falta tiempo para leer, mientras sus hijos preadolescentes leen en voz alta cada uno los títulos que se exhiben en el mostrador. Es una tarde tranquila de feria, sin lluvias ni nubarrones que amenacen a lectores y a paseantes.
- ¿No te vas a llevar el libro?
Giro la cabeza y ¡ahí está Carmencita! Con su pelo rubio, su coleta en la coronilla y su vestido de cuadritos, que ahora me parece tan feo. ¿Me ha reconocido ella a mí después de tantísimos años?
- Seguro que perdiste tu primer libro. Esta edición es una copia idéntica. Deberías llevártela.
Me recuerdo deleitándome con las andanzas de Carmencita en un rincón de la casa, quizás al lado del balcón, quizás en el sillón del abuelo o debajo de una mesa. Me recuerdo contemplando con ella explanadas, catedrales y paisajes que a veces aparecían en las fotos minúsculas del libro de geografía o en las ilustraciones, más vistosas, de la enciclopedia juvenil que compraron nuestros padres cuando cursábamos el bachiller.
- Puedes volver a viajar conmigo, volver a soñar, a ser niña.
¡No! No quiero viajar contigo. No quiero ser la niña que te envidiaba por los viajes con que te premiaban por ser tan buena estudiante, por lo bien que te portabas en casa o en el colegio. Eras una repipi, Carmencita, murmuro enfadada.
La librera gira la cabeza hacia mí, desentendiéndose de su interlocutora, que ahora comenta un libro del que se habla constantemente en las televisiones. Temo que la librera se percate de que se le ha escapado uno de los personajes de los libros que vende y me culpe a mí del problema.
No soy la niña que era, ni la mujer que me enseñabas a ser con el relato de tus aventuras. Pero, ¿sabes?, al cabo, he viajado más lejos que tú, he rebasado las fronteras del país, he volado sobe el océano, he visitado países prohibidos, he leído docenas de libros emocionantes que tú no me hubieras recomendado, he salido a la calle sin que nadie me vigilara. ¡Me extraña tanto que me hayas reconocido….!
Carmencita tuerce el gesto y se desliza hacia el mostrador. Antes de que se sumerja en las páginas del libro en el que será eternamente la niña perfecta, de conducta intachable y notas brillantes, procuro reconciliarme con ella.
No te odio, Carmencita, le digo. Saco del bolsillo un billete, se lo tiendo a la librera y cojo mi libro.
No te odio por haberme engañado, por no haber crecido, por seguir siendo tan cursi. No te odio, en absoluto. Porque contigo fui aprendiendo a leer.
Original y lleno de ternura!!
Me ha encantado compañera!
Saludos Insurgentes