En ocasiones la vida te pone en una encrucijada, donde la decisión que tomes dará por concluido "en un principio" el momento presente de una forma u otra, dando paso a ese "predecible futuro" que debería sucederse a continuación.
Sin embargo, cuando nuestras vidas están en riesgo, cada acción llevada a cabo nos llevará a una nueva tesitura, sin que exista vuelta atrás posible.
Tras subsistir durante un año en aquel país subdesarrollado, ayudando a la población nativa, aquella noche de octubre empezaron a oírse las primeras ráfagas de ametralladora.
Ante el terror de ver como las balas surcaban nuestras calles silbando y cortando el aire en cualquier dirección, y el más que inmediato mensaje del golpista criminal y nuevo jefe de estado, la población se recluía atemorizada en sus casas.
Apenas transcurridos unos días, ya con las neveras y despensas vacías tocaba empezar a jugarse la vida para poder subsistir. El saqueo en comercios y supermercados era inminente.
Después de toda una vida ayudando a los demás dotándoles de recursos, materias primas y alimentos ahora había que establecer un nuevo guion arma en mano.
Gracias al lenguaje de signos establecíamos comunicación entre vecinos a través de las ventanas del vecindario de distintos bloques y a su vez estos seguían estableciendo dicha comunicación y corriendo el mensaje con las siguientes calles, y así iba extendiéndose y llegando todo lo lejos que podíamos.
La idea estaba clara. Debíamos subir a las azoteas de nuestros edificios y eliminar a los francotiradores que había en ellas, con el fin de hacernos con el control tanto de los tejados como de las calles.
Una vez establecido dicho control se asignarían comandos vecinales que se encargarían de bajar a por víveres y alimentos de primera necesidad ya una vez tuvieran las espaldas cubiertas.