Ocurrió bajo un bosque de arcos, junto a las fuentes y en la silueta recortada en el horizonte de la Alhambra. Allí nació Naima, cristiana cautiva. Hilal Anass, moro poeta de la corte de Muley Hacén, la acompañó hasta su adolescencia y la quiso como a una hija.
Naima amaba aquellos jardines, los granados, los gatos… tan libres como ella prisionera. Los Palacios también son jaulas si los rodea un muro de piedra.
Un día, recorría con las manos la caligrafía y la flora grabada en las paredes y los arcos del patio de Al-Haram, cuando sus dedos tropezaron con los de un muchacho de ojos verdes como los suyos. Se llamaba Raid y vivía en las casas nazaríes. Raid acudía cada tarde al Palacio Rojo. Cuando veía sobre las aguas de espejo el reflejo de la bella Naima, su corazón bailaba al son de los pájaros.
El amor nació furtivo con la magia que solo existe en lugares como aquel.
Pero eran tiempos difíciles. Los cristianos sitiaron Granada, sus calles se llenaron de refugiados: se acababan los víveres… ¿Por qué tenían comida los cautivos y ellos no? Hilal quiso poner a salvo a Naima. Abandonó la Alhambra y Raid, con ojos de lluvia, no pudo verla volverse por última vez bajando la montaña.
La buscó en el asentamiento enemigo, más allá de los muros de Granada. Pero el emir entregó las llaves de la ciudad. Muchas familias regresaron a sus tierras africanas y Raid envió con Hilal un mensaje para Naima: “Volveremos a encontrarnos”.
Dicen que ambos murieron, soñando con su amor en aquella Alhambra embrujada. Pero aún hoy, si un viajero curioso pasea por allí, tropezará con los gatos de la fortaleza. Dos de ellos, ambos de ojos verdes, miran juntos el horizonte y nunca se separan.