Abraham Rosenberg cerró la farmacia y se dirigió a la escuela, a una de esas reuniones donde ancianos como él escogían aprendiz, y niños como aquellos decidían qué iban a ser el resto de sus vidas.
Pronto comprendió que no estaban interesados en vivir entre jarabes y ungüentos, por más que explicase lo maravilloso que era aliviar el sufrimiento de la gente. Entonces, su mirada se cruzó con unos ojos verdes, sorprendentemente grandes, llenos de curiosidad.
Lo había dejado todo reluciente y ahora Dottie, con su bata verde y apoyada en la fregona, miraba a su alrededor desde un rincón del gimnasio.
Imaginaba que era como ellos, con toda la vida por delante y la posibilidad de decidir. Y por inercia, se acercó a escuchar a aquel anciano.
El señor Rosenberg no esperaba encontrar una aprendiz de 36 años, pero nunca era tarde. Dottie tembló al ver la vieja farmacia de paredes repletas de frascos y aquel laboratorio en la trastienda. Era demasiado para ella.
Para calmarla, el señor Rosenberg le dio una diminuta pastilla.
—Te darán confianza. Píldoras con sabor a limón. Si te quedas, algún día te enseñaré a elaborarlas.
Y así sucedió. Dottie era hábil y espabilada y Rosenberg se sentía orgulloso. Preparaba cremas y medicinas, y atendía a la clientela con diligencia. Pero la mayoría de los clientes acudían por sus famosas píldoras. Dottie insistía en aprender a hacerlas, pues desde que la tomaban, a todos en el barrio la vida les iba mucho mejor.
Una tarde, el farmacéutico decidió que ya estaba preparada.
En el laboratorio, Abraham Rosenberg preparó ollas, probetas, moldes y un único ingrediente. Dottie miró con sorpresa y admiración a aquel anciano que creía en ella y le revelaba sus secretos al poner en sus manos una bolsa de caramelos de limón.
Unos caramelos de limón llenos de cura y sabiduría.
Muy bueno compañera.
Saludos Insurgentes
Y que ricos los caramelos de limón 😋