Siempre me he dicho a mí misma que la imaginación puede llegar a ser más convincente que la realidad; el perderme entre el aroma de los libros y la melodía de mis letras capaz de evadirme de la vida misma es el mejor escondite que pudiese encontrar, pero últimamente no he estado siendo todo lo sincera que me gustaría conmigo misma. He conocido a un chico, cuál nombre combina con la musicalidad de los atardeceres de verano a orillas del río Meno.: Peter van Pels. Mentiría si no dijese que por primera vez en mi vida tengo una sensación de mariposas asesinas en el estómago y no sé muy bien que hacer respecto a ello.
Cada vez que poso mis ojos sobre sus constelaciones estelares siento como si el mundo entero, como si el dolor y la frustración…se desvaneciesen por completo.
No pretendo conseguir mucho al escribir estas palabras, tan solo entender la magia del amor, la chispa entre dos entes, la fugacidad de los cuerpos sumergidos en la pasión...porque cuando Peter me acaricia el pelo y me roza los labios con deseo, soy capaz de mirar al cielo y decirle: mañana quiero de nuevo.
Hace unos días me escribió un poema que quiero conservar aquí:
Ana, mi linda flor,
mi esperanza en la tenebrosidad.
El escuchar tu voz me hace calmar,
pero eres tan escurridiza y pequeñita
que me cuesta adentrarme en tu orilla.
Marea me gustaría ser
para contemplar desde dentro tu ser.