«Profilaxis»

Llevo una semana observando la farmacia de guardia. Está en un barrio tranquilo y, a esta hora, no hay nadie por la calle. Pensaréis que una semana es mucho tiempo para un robo de este tipo, pero me gustan las cosas bien hechas, sin fisuras. La farmacéutica del turno de tarde es una mujer joven, menuda, que no me causará problemas. El cambio de turno es a las 22:00 pero el compañero siempre se retrasa y la pobre tiene que chuparse casi media hora diaria que seguro no le pagan. He llegado a cogerle cariño a la tonta esta.
Bueno, yo creo que ya está bien. Mañana daré el palo.
Me dispongo a salir de las sombras para volver a casa cuando veo una mujer que entra en la farmacia. Esa forma de andar, su silueta, me resulta familiar. ¡Y tanto que familiar! ¡Es mi madre! ¿Qué hace a estas horas en este barrio tan alejado del nuestro? No encuentro sentido y mi desmesurada curiosidad me hace cruzar las puertas del establecimiento casi corriendo.
—Mamá, ¡qué casualidad!—digo animadamente intentando mostrar normalidad.
Mi madre se gira, con los ojos muy abiertos, y suelta rápidamente lo que lleva en la mano. La farmacéutica calla.
Al acercarme veo una caja de preservativos XL sabor tutti frutti.
—Hijo, no es lo que parece. Tu padre... yo... ya no es como antes...— titubea sin saber bien qué decir—. Necesito aventuras en mi vida. 
No salgo de mi asombro. ¿Mi madre tiene un amante? Es de misa diaria y los domingos pasa el cepillo. Me gustaría ver la cara de Don Damián, el párroco, si descubriese este secretillo de su feligresa estrella.
Sonrío y, evitando mirar a la boticaria, digo:
— Póngame dos cajas. Esta ronda pago yo.
Total, mañana recuperaré la pasta.