25 a.C. Antiguo Imperio Romano
Mi nombre ya no era mío. Nunca más lo sería. Ya no era la persona que fui. Y ahora, mi nombre, era tan solo lo que ellos me hacían ser. Ya no era la dulce e inocente Livia Drusila, el pasado se encargó de ello. Era una loba hambrienta de poder preparada para cazar…
Siempre había sido algo fuera de mi alcance, quizás por eso lo ansiaba tanto. Cada vestigio de poder que tenía era robado del de otros: el de mi padre primero, y el de mi marido después. Nunca realmente mío. Había tenido que convertirme en esto para sobrevivir, había tenido que mentir, asesinar y alzar la voz a través de las voces de otros.
Mis pensamientos, están confusos esta noche, y el olor a la cera llena la habitación junto con el sonido del crepitar del fuego. Sé que antes de que la tinta seque, deberé reducir a cenizas estos papeles.
Pero, había pasado demasiado tiempo desde que sentí esa sensación en lo profundo de mí: dudas. Y tenía que dejarlas salir de alguna manera. Podía lidiar con el miedo, con las mentiras y la culpa; pero las dudas… Esas malditas podrían hacer que yo misma me destruyera. Corrupta desde dentro, con mi propia mente como enemiga. La incertidumbre me haría caer si la dejaba, pero, ¿cómo no dudar?, ¿cómo saber si realmente merecía la pena…?
Porque si fallaba sería mi sangre la que caería sobre el suelo del país. Y mi nombre sería olvidado, igual que lo fue el de mi padre. No, Livia Drusila, ahora no significaba nada de lo deseé ser, de lo que desearon que fuera.
Mi nombre evocaba al imperio.
Yo era Roma.
Y si dudaba, si me dejaba caer, ella también caería.