Caminaba despacio saliendo junto a ellos del cuartel militar que habíamos improvisado en esas tierras que no nos pertenecían. Tampoco era algo que nos importara. Nada más llegar, sin avisar. Nosotros matamos sin compasión a todos los que allí se encontraban.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡Suéltame el brazo! —le expresaba angustiada por cómo me sujetaba con fuerza.
—¡Estate quieta de una vez! —me pedía gritando demostrando su autoridad.
Sentí una punzada y observé cómo entraba un líquido color rojo sangre en mi cuerpo. Desconocía el líquido que me había inyectado. Confiaba por completo en Jonás, un antiguo compañero de mi padre que se conocieron haciendo la guerra en las fuerzas armadas en ayuda humanitaria. Mi cuerpo comenzó a calentarse y convulsionó por unos segundos. Caí de rodillas al suelo y él me ayudo a incorporarme. Segundos después volvió a la normalidad como si no hubiera pasado nada. Jonás me habló rápido.
—Cuando lleguen, cuando veas la luz y observes la nave que salga de entre las nubes. Debes estarte quieta. Mantente en silencio y sin moverte y no te pasará nada.
—Pero…
—Solo hazme caso —me susurro—. Es la única forma que…
Una luz cegadora interrumpió nuestra conversación. Una nave diferente a las nuestras aterrizo ante nosotros. En segundos volaron hacia nosotros balas por todas partes. Dieron de lleno a todos los que estaban a mi lado. Solo quede yo. Se abrió la puerta y alguien salió.
—Debes venir. Hablemos… porque solo tú tienes la respuesta y la tienes dentro de tu cuerpo. Ahora si hay un sitio para ti.