Te lo cuento a ti porque sabes guardar un secreto. No hablas, no te quejas, escuchas y no interrumpes, que no es poco en esta casa. Tengo que hacer una redacción sobre por qué me gusta la Navidad y todavía no he empezado. ¿Tengo que mentir? No me sale, no puedo.
Odio la Navidad, nunca me ha gustado. Son unas fechas horribles en las que hay gritos en casa, mamá desaparece y el pequeño Adrián no para de llorar. Siempre es así. En Nochebuena, primero se oyen golpes y después mamá se encierra en su dormitorio a llorar. El año pasado, yo oía sus sollozos. Había discutido con papá. Al día siguiente, tenía un ojo morado y cojeaba, dijo que no aguantaba más y se marchó, se esfumó. Hace dos años creo que pasó lo mismo, pero no me acuerdo. Por eso escribo hoy, por si se me olvida algo, tú me lo recuerdes.
Mamá volvió a casa a los pocos meses, pero estos días está muy nerviosa, como todos nosotros. Realmente no encuentro ningún motivo para estar contento en Navidad, pedir regalos que no llegan o creer en señores gordos y con barba que pasan por todas las casas en una noche. ¿Quién se cree eso? Eso si que es una mentira y de las buenas. Pero así nos tienen distraídos y calladitos que estamos más guapos, esperando nada.
En fin, que mi redacción sería bastante distinta a la de mis compañeros y no sé si le gustaría a Sandra, mi profe. Pero si no entrego algo mañana, llamará a casa por no hacer los deberes, y entonces habrá más gritos y llantos por mi culpa. Te dejo, me voy a mentir, a decir que creo en los Reyes Magos y que me encantan las malditas bolas de Navidad.