«Sentimientos de un cascarrabias en Navidad»

El aroma a marisco inunda mis fosas nasales a su libre albedrío. Me encuentro salivando todo un menú que elaboré con empeño, solitario. El cordero y su guarnición, combinan a la perfección con mi perfume amaderado, cítrico. Con sutiles notas de lo que interpreto como un licor espumoso e imprudente.
Los anuncios insinuantes adquieren un sentido imperceptible cuando recuerdo que en realidad estoy solo. La ausencia de ella hizo que los regalos navideños sean absurdos e innecesarios.
Retomo en mi, una leve reminiscencia de lo que fue y cuando la dejé partir hacia la luz. Observo el brillo de las bandejas impolutas repletas de dulces que están muy por encima de mi posibilidad de ingesta. Una familia en pantalla colocando entre risas un árbol de Navidad que revive la nostalgia que hay en mi. Olvido mis anhelos cuando carraspeo al escuchar el teléfono.

—¿Qué pasa cascarrabias? —se oye al fondo. La voz de mi hija despierta mis sentidos más separatistas.
—¿Qué quieres, Lidia? —pregunto bufando.
—Mira que eres... Papá, quería felicitarte y decirte que siento no poder ir. Carlos aunque está en casa, está de guardia. Por si las moscas.
—Sí, vale, ¿y?
—Mamá no querría que fueras así de borde y distante.
—Tu madre no está para confirmarlo. ¿Me vas a decir qué quieres?
—Nada, papá. Déjalo.

A pesar de colgarme con la decepción recurrente que le ofrezco cada año. Me quedo impasible y continuo comiendo. Pues sin ella, mi esposa. Arrebatada por una metástasis sin salida. Cualquier parecido con la felicidad que tenga que ver con la Navidad, me importa simplemente un bledo.