«Sin color en las mejillas.»

Cada vez que cierro los ojos veo los cuerpos inertes y sin vida de hombres, mujeres y niños postrados en el frío suelo de cemento, mientras yo corro para salvar mi vida.

Pero hay una figura, una cara en particular que  reclama toda mi atención de entre todas las siluetas que alli residen.
No se por qué motivo, pero capta mi interés de una manera insólita.

Su tez de un blanco grisáceo, sus ojos sin vida mirando hacia ninguna parte. 
No hay color en sus mejillas, ni brillo en sus pupilas. 
Su pecho no se mueve, no hay ningún atisbo de aire en sus pulmones. 
Y aún así es como si me suplicara ayuda, como si desde el silencio y sin gesticular palabra con sus mullidos labios, me pidiera que la sacará de allí, que la llevara a cualquier parte que no fuera esa gélida superficie en la cual perecía.

Su melena castaña cubría la mitad de su marchito rostro, pero eso no impedía observar la belleza que un día debió de envolver todo su ser. 
Esa niña, esa figura tendida medio de lado, reposando su menudo cuerpo como si estuviera durmiendo plácidamente sobre un colchón en mitad de la noche. 
Ese rostro es el culpable de mis terrores nocturnos. 
Ha pasado ya más de un mes desde que logré escapar de aquel infierno en el que me vi envuelto, y aún así oigo los gritos, los lamentos, los llantos... y todas esas voces resuenan en mi cabeza como el tintineo incesante de una campanilla movida por el viento en un día de tormenta.

Pero esa cara... esa faz casi inmaculada es un recuerdo que jamás podre sacar de mi memoria. 
Pues la guerra acabó con una vida que a mi me perseguirá por siempre...