Ha llegado la hora de mi única cena y yo aquí, sin compañía. Ni siquiera la tos me quiere tras el béquico vino y ni hablemos ya de la fabada de esta mañana, carminativa como ella sola, aunque ha funcionado para bien la emenagoga hoja de ruda, apartándome a la sangrienta mensual. A pesar de todo, mi fiel mitridático impide que cualquier fármaco helénico pueda influenciarme. Así repele cualquier oportunidad orexigénica, ya el olor a churros, ya a gambas, quienes nunca me aislaron de la midriasis, ahora mis ojos sólo miran agónicos un anguloso plato como si fuera un zapato lleno de barro.
Nochebuena arruinada por mis potingues y mi mala uva, que provoca únicamente agrios entre mis cercanos. Huidos hasta en sueños. Me han bloqueado, aislado, ignorado, abucheado e, incluso, casi a patadas me expulsan del súper. ¿Es tan terrible lo que hice? ¡No! ¡Jamás! La gente debe oír la verdad y recibir educantes jarrazos fríos.
O no… Tal vez esté equivocada y deba abrazar la antigua urbanidad pensando en el oyente también, pues ¿con qué justicia puedo impartirla con injusticia? Con ninguna. Tantas vergüenzas que revertir... ¿Seré capaz? No puedo volver a esas luchas, sólo de pensarlo se me hiela la sangre, se me estremecen los miembros, me enfrío... Esto no es solo tristeza... Mi única cena del año amargada y mi memoria, arruinada.
Me ha encantado, enhorabuena
Saludos Insurgentes
buen relato.